domingo, 7 de marzo de 2010

'El vendedor de tiempo'

Si bien el anterior libro comentado aquí, 'El pornógrafo emprendedor', lo compré porque me llamó su subtítulo, éste estuve a punto de dejarlo en la estantería por el comentario, la alabanza, que se lee en la parte alta de la portada. Me resultó tan ultraneoliberalista la mención que me hice una imagen mental —prejuicios, vamos— de un libro reaccionario en el sentido fachento de la palabra. Vamos, un libro dedicado a elevar como divinas las virtudes de un mercado libre que, en estos últimos años y una vez más, se ha demostrado imperfecto por cómo y cuan fácilmente se ha dejado corromper en sus intenciones. Pero tuve suerte de darle más peso al subtítulo, «una sátira sobre el sistema económico», que al párrafo de coronación, un tanto ambiguo en su descripción.

Digo suerte porque al final 'El vendedor de tiempo' ha resultado ser un libro que me ha encantado. Posiblemente porque funcione el mismo principio que me hace rechazar las afirmaciones de un neoliberalismo virtuoso: el sesgo de confirmación. Pero en sentido opuesto.

Fernando Trias de Bes —me gusta el efecto de las burbujas del menú de su página personal— ha escrito un libro que merece muchísimo la pena leer, pues en sus párrafos, de los que se ha llegado a hacer una adaptación como obra de teatro musical, nos veremos reflejados la mayoría de nosotros. La premisa de los acontecimientos que irán sucediéndose se refleja en un sencillo balance contable del tiempo. Tan sencillo que en el HABER de una persona encontraremos los bienes materiales, ese «tener» del que tanto nos vanagloriamos los afortunados de disponer de un sueldo para malgastar tal que evangelizados por el dios del consumo y que incluye, cómo no, la hipoteca de la casa; y que en su DEBE se rubricará todo el tiempo de nuestra existencia para retribuir las deudas que iremos acaparando en su transcurso. Por el otro lado, con una simpleza abrumadora y acojonante, el sistema, ese enemigo invisible que siempre permanece como una sombra indefinida y amenazante en el margen de nuestra percepción, de nuestra capacidad de aprehensión, una idea que siempre resulta resbaladiza y extrañamente indefinible en completitud, tiene en su haber todo nuestro tiempo y, a cambio, no nos debe nada. Con esta simple pero contundente idea arranca la historia de un tipo corriente que, siguiendo los preceptos del marketing del todo vale, decide vender tiempo para que la gente haga con él lo que le de la gana.

[...] Sin embargo, este tipo de contradicciones no era algo nuevo en la sociedad de Un Sitio Aleatorio: también se fabricaban automóviles que podían alcanzar los doscientos kilómetros por hora, cuando el límite máximo era de ciento veinte, o se permitía actividades industriales con niveles contaminantes por encima de lo que se acordaba en foros internacionales de medio ambiente, o se permitía la venta de tabaco, aun a sabiendas de que provocaba enfermedades mortales. Estaba claro que de lo que se trataba era de vender a toda costa, sin importar demasiado las consecuencias. La venta de T estaría en conflicto con ciertas actividades, eso estaba claro; pero mientras se tratara de crear consumo, pasaría por encima de cualquiera de ellas, ya que el consumo era la actividad económica de superior rango en el país, pues generaba crecimiento.

El libro, que se lee muy rápido, pues no llega a las 140 páginas, con letra muy grande, arranca estupendamente y mantiene un buen ritmo durante una buena cantidad de páginas. Resulta muy entretenida la parte en que se dedica a narrar las vicisitudes que sufre el tipo corriente para poner en marcha su negocio de venta de tiempo. Sin embargo decae bastante durante el tercio medio. Aunque siempre resulta muy interesante la forma en que se va montando el contubernio entre los poderes fácticos y el Estado para poner fin a las andanzas de un comercio tan poco apropiado para la sociedad de consumo sana. Recupera fuerza, eso sí, en la última parte proponiendo una salida muy interesante a la crisis de Estado que se monta. Crisis y solución de la que, tal vez, podríamos aprender para cambiar muchas cosas en nuestra propia sociedad. Si hubiera voluntad para hacerlo. Al final del libro, como epílogo, el autor hace una serie de reflexiones sobre la propia historia y sobre nuestra propia sociedad occidental, en la que me resultó de necesaria interiorización la conclusión «Se precisa, urgentemente, una utopía para reemplazar a las que se perdieron. Hay crisis de utopías, de eso estoy seguro».

La prosa del texto es una prosa sencilla y amena, aunque sin demasiadas florituras. No es García Márquez, pero se aprecia la sencillez con la que narra los acontecimientos. Pese a reiterar lo comentado en el párrafo anterior, que hay una buena parte en la que el párrafo resulta aburrido.

Es un libro que, para ser franco, no destaca en demasiados aspectos. Algo que me obligaría a concluir esta entrada con no más una somera recomendación o, en el peor de los casos, recomendar no leerlo. ¿Por qué entonces estos entusiasmos para transformarlo en un 'must read'? Por el tema. Por la causa. Por la ideología. Tan solo por la historia en sí y su trasfondo, y las implicaciones sociales, merece muchísimo la pena ser leído. Altamente recomendable. Dichoso sesgo de confirmación.

No hay comentarios: